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Sois gilipollas y gilipollos

  • Foto del escritor: Valentin Mejias
    Valentin Mejias
  • 30 jul 2022
  • 3 Min. de lectura

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Confieso que ayer me quedé estupefacto, patidifuso y ojiplático al escuchar al guaperas del presidente del Gobierno de España realizar esta declaración:

“Y antes de terminar, si me gustaría que vieran que no llevo corbata; eso significa que podemos todos también ahorrar desde el punto de vista energético y he pedido a los ministros y ministras, a todos los responsables públicos y al sector privado, si aún no lo ha hecho, que cuando no sea necesario, que no utilicen la corbata, porque así también estaremos haciendo frente al ahorro energético que tan necesario es en nuestro país”.

Enfrente de él sentado tenía a su mini-yo (Félix Bolaños), siguiendo su ejemplo y doctrina, y a continuación se desplazó de Madrid a Torrejón en helicóptero (muchísimo más económico y respetuoso con el medio ambiente que el automóvil).

Tal es mi estado de catalepsia mental que no acierto a construir un comentario lógicamente estructurado como respuesta a esta declaración más allá del título que encabeza esta entrada.

Por eso suscribo cada una de las palabras, puntos y comas de ...


Jano García (@ellibrepensador)

A veces, más a menudo de lo que me gustaría, uno tiene la sensación de estar siendo grabado. Como si de la película el show de Truman se tratara, asiste atónito a los contínuos desmadres que se dan en su nación. La penúltima –porque la madre de la imbecilidad siempre está embarazada– corre a cuenta del presidente del Gobierno español. Afirmó en rueda de prensa que dejaría de usar corbata para ahorrar energía. Ni siquiera José Mota se atrevió a tanto. Pero lo que debería ser un sketch de un cómico es una afirmación seria por parte del mandamás del país.

Cuando uno se para a pensar unos minutos sobre cómo es posible que alguien diga semejante estupidez con la que está cayendo, pronto cae en la cuenta de que no es una excepción, sino que se ha convertido en la norma. Teniendo presente que hace apenas unos meses la inmensa mayoría de la población española circulaba con una mascarilla inservible al aire libre que evitaba exactamente el mismo número de infecciones que consumo de energía el no llevar corbata, la cosa cuadra.

Vivimos en una sociedad que permitió que sus propios hijos se congelasen en las aulas de los colegios y que en verano se asaran porque "se esparcía el virus". Una sociedad que llevó a los inocentes sin posibilidad de elección a vacunarse contra una enfermedad que no ha matado ni un solo niño sano, una sociedad que hubiese aceptado el sacrificio de cabras si ese ente abstracto bautizado como "la comunidad científica" hubiese dicho que iba a solucionar el problema, una sociedad que culpa al cambio climático de los incendios provocados, etc. No es de extrañar que Sánchez y compañía se descojonen –y con razón– del personal. Basta cualquier ridícula excusa orientada a la seguridad para aceptar lo inaceptable.

Rodeados de una masa de borregos que nos conduce al precipio –sin salida y sometidos a los delirios más kafkianos y surrealistas– el Occidente tal y como lo conocíamos ha llegado a su fin. Y aceptemos que no es culpa de Sánchez, ni de Ursula von der Leyen, ni siquiera de la madre que los parió a todos, sino de esta sociedad que se ha dejado humillar y vejar hasta límites insospechados con su propio voto.

 
 
 

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